Los testimonios y la historia
El caso en la acusación del gobierno de EUA contra Genaro García Luna obliga a repensar en lo frágil que es la impartición de justicia por causa de testimonios en los juicios y el daño colateral que sufre la historia como ciencia.
Existe la historia oral como conocimiento histórico formal, incluso tenemos el “Centro de Historia Oral de Nuevo León”, fundado el siglo pasado, presidido por el historiador Héctor Jaime Treviño Villarreal y en el cual fui invitado recientemente como secretario general.
La historia oral tiene como fuente al testimonio; el brindado por actores denominados testigos de los hechos, sean vivenciales, presenciales o de escucha.
En el caso García Luna, la fiscalía sustentó la argumentación en el dicho de testigos, algunos vivenciales, otros quienes afirman presenciar los hechos y otros que testificaron por oídas.
El acusado puede pasar el resto de su vida en prisión por esas declaraciones y, sin embargo, nadie se preocupa por indagar sobre la autenticidad o falsedad de las declaraciones.
Esta columna no busca exonerar o inculpar al acusado, su caso sirve como ejemplo para argumentar en la importancia que reviste el testimonio en la investigación social y en particular, la histórica; acotando los errores que pueden ocurrir y cuya verdad ha de convertirse en verdad histórica, sea o no cierta.
Hernán Cortés, el primer cronista histórico de España en el continente americano narra en las cartas de relación sus testimonios de vivencias, sin embargo, al aplicar la hermenéutica en los textos, algunas verdades caen por su propio peso, entre ellas, la relativa a la muerte de Moctezuma II.
Carlos Ma. de Bustamante, cronista de la independencia es fuente obligada para esa etapa histórica, ejemplo del valor que aportan los testimonios.
Los testimonios deben acompañarse de una investigación utilizando el método comparado donde se confirmen o descarten las afirmaciones de los testigos.
Cualquier investigador puede confirmar que un testimonio por sí mismo no es verdad histórica, menos considerarle como verdad jurídica, siempre se debe recurrir a fuentes complementarias.
Pareciera que el derecho se acerca al espectáculo y se aleja de la justicia (aclaro: no presumo culpable o inocente a García Luna). Cuando la palabra de un criminal tiene más peso que la búsqueda de la verdad, entonces la verdad misma está en riesgo, imaginemos lo que se escribirá en los estudios históricos dentro de unas décadas sobre el acusado y quienes tuvieron vínculos políticos o de otra índole con él.
Para los historiadores el testimonio es fuente primaria, su utilización debe partir de un proceso metodológico riguroso. Al recurrir a un testigo, se debe conocer el interés personal de éste para dar testimonio, el tiempo transcurrido entre los hechos y los dichos, el papel que desempeñó, el espacio físico entre él y los hechos, incluso saber si fue actor, presenció o conoció de segunda mano sobre los sucesos.
El testigo parte de un interés sobre los acontecimientos, además que la memoria juega un papel importante pues es frecuente que, ante las lagunas en la secuencia de hechos, tiende a crear construcciones ficticias a las que les asigna un lugar de verdad junto a lo recordado, por ello el tiempo transcurrido es tan importante, entre más distantes los sucesos, más posibilidades de acompañar los recuerdos con construcciones mentales.
Los testigos son fundamentales para impartir justicia y reconstruir la verdad histórica, pero entrevistados con rigor y evitando distorsiones pues sus verdades impactan en el presente y al futuro.