Entienda señor Calderón
El presidencialismo es sumario. Quien detenta el poder es el crisol de las voluntades. Nunca se debe hacer sombra al antecesor.
Lo entendió Enrique Peña Nieto, sus seis años de telepresidencia, resultaron la fuente de oxigeno para el dinosaurio del PRI.
Luego, electoralmente, el naufragio. El impulso de nombrar al sucesor resultó incapaz de liberarse de las tiranías de sus empleadores.
Incluso ahora Meade, como buen perdedor, no ha salido a la palestra. Salir raspado por el CISEN o por la inmensidad de averiguaciones en auditorias. Sigue en México. Es elocuente y sobrio. A la tragedia de la derrota, le queda la conciencia.
Videgaray, el todo poderoso de Peña Nieto, volvió a la academia. No habla. No figura. No hace más allá de las llanuras. De la libertad en el exilio.
Solo dos, Vicente Fox, estéril en el reducto de la inteligencia y Felipe Calderón, el de vocación bélica.
Calderón impuesto por el INE, en la caída de una sospechosa lluvia de votos, en la madrugada de un sistema de conteo rápido, en manos de su cuñado Hildebrando.
Felipe es sometido por su mujer, Margarita, la legisladora. Quien soñó en heredar el poder de la mano ensangrentada de su marido.
Margarita y Felipe, quienes cortaron con el PAN en el berrinche del ungimiento de Ricardo Anaya. Regresaron con sus correligionarios. Neo pragmáticos de toda la vida, su naturaleza hostil, embruja a los bobos con los héroes muertos de la democracia.
No llega para apretar el zapato de Andrés Manuel o de su secretario de gobernación, de los diputados o los senadores.